Aunque esta sea mi última columna para El Prospector, esto no significa un fin. Mis vivencias personales y académicas con el Departamento de Publicaciones Estudiantiles quedan por siempre plasmadas en cada uno de mis reportajes y en los momentos auténticos, dentro y fuera de la oficina, que viví y recordaré siempre.
Empecé a trabajar para el departamento en el verano de 2016, antes de comenzar mi segundo semestre de UTEP. Mi editora en jefe en ese entonces, y mentora durante mucho tiempo, era Michaela Román, quien me había encargado entrevistar a la entonces presidenta de la universidad, Diana Natalicio, en mi primera historia como contribuidora para El Prospector. La entrevista iba a tomar lugar en la casa de la presidenta, conocida como Hoover House, donde se celebraría una nueva generación de estudiantes en la Asociación Gubernamental de Estudiantes (SGA, por sus siglas en inglés).
Yo tuve muchísimos nervios durante todo el evento. Me acerqué tres veces a la Dra. Natalicio sin siquiera hablarle por pena. Me senté en una banca afuera durante mucho tiempo hasta que agarré el valor de dirigirle la palabra, tartamudear al presentarme y finalmente decirle en enunciados cortos de la entrevista.
Con una sonrisa amable, Natalicio me llevó a un salón privado y dijo que procediera a preguntar sobre cualquier cosa. A medida que iba la entrevista, Natalicio me hacía sentir más cómoda, capaz, e incluso inteligente. Nos sentamos durante 15 minutos, pero la profundidad en las respuestas de Natalicio me daba para escribir mi historia completa.
Horas después, crucé la frontera, escribí mi historia, y chequé errores gramaticales tres veces. Cuando al día siguiente me llamaron a la oficina para edición, rápidamente me di cuenta de que El Prospector sería el lugar perfecto para aprender de otros.
Resulta que había escrito una historia con párrafos largos, oraciones incompletas, y una redacción débil para el estilo del periódico universitario. Pasé las siguientes dos horas reescribiendo mi historia con ayuda de mis editores. Así fue como se publicó mi primera historia como reportera y esto significó el comienzo de una era.
Para el semestre de otoño me habían contratado y había podido formar parte del equipo que cubriría las elecciones presidenciales en 2016, donde viví por primera vez el ajetreo devastador que se vive en el periodismo político. Fue un evento donde por primera vez sentí fatiga física, y francamente, también hueva emocional.
Habíamos empezado a entrevistar, twittear, fotografiar, editar videos, y demás, desde las 6 p.m. y terminamos a la 1 a.m. publicando todo el contenido editado en línea. Yo todavía necesitaba cruzar la frontera para llegar a mi casa, dormir, y llegar al día siguiente antes de las 9 a.m. que empezaba mi clase. Durante mi viaje de regreso a Ciudad Juárez, no podía dejar de pensar que todo era injusto, que no era posible lo que había ocurrido en el país, que cómo le iba a hacer si un día cerraban el puente, si un día no podría continuar con mis estudios. ¿Qué iba a hacer? ¿Por qué me tocaba vivir esto? ¿Por qué a mí?
Al cruzar al lado mexicano a la 1:30 a.m., vi a un hombre recargado en una barda para disminuir la velocidad de los carros con unas flores en la mano. Era un vendedor ambulante, bastante viejo, que seguía de pie en su jornada laboral, desde quien sabe cuántas horas bajo el sol del desierto, porque aún tenía que vender ese último ramo de flores. Siempre vuelvo a llorar porque me acuerdo que mi primer pensamiento fue: ¿en serio me estoy quejando de la vida que tengo?
En lugar de seguir en mi lugar de víctima, comprendí que gozaba muchos más privilegios de los que alcanzaba a ver y que esto venía con un set de oportunidades magníficas que, de aprovecharse, podría resultar en una mejor visión de lo que acontece en el mundo. Por mí, por mi gente y por mi país.
Comprendí que, desde la posición de periodista, al poder hablar con personas de todas áreas de la vida y de ambos lados de una moneda, se pueden lograr muchas más cosas de las que imaginaba. De aquí nació la motivación personal de incluir el idioma español en mis historias para El Prospector y de iniciar mi trabajo como editora de copia y después editora en jefe en Minero Magazine, la revista bilingüe del departamento.
Historias como estas, hay muchas. Todas estas experiencias no habrían sido posibles sin la ayuda de la gente que conocí en Prospy y Minero. Kathy, muchas gracias por darme la bienvenida al departamento, Verónica González, gracias por ser mi mano derecha en todo momento, Tracy Roy, gracias por ser un recurso indispensable 24/7, Isa, gracias por cuidar de nosotros. Gracias a Michaela, Amanda Gonzalez y Luis Gonzalez, Rene Delgadillo, Christian Vasquez, Andres Martinez, Javier Cortez, Adrian Broaddus, Gabby Velasquez, Vania Castillo, Claudia Hernández, Valeria Olivares, Victoria Almaguer, Glenda Avalos, Marisol Chávez, Antonio Villa-señor, Verónica Martínez, Brandy Ruiz, Salma Lozoya, Nina Titovets, Itzel Lara, y Elliott Luna.
El Prospector, gracias por ser el pilar de mis aventuras periodísticas. Minero Magazine, gracias por ser mi dicha personal y mi trabajo de ensueño. Esto no es un adiós, porque lo que viví con ustedes vivirá siempre en mí. Gracias.
Grecia Sánchez may be reached through her Twitter, @Grecias068.